(Narrador) Ya que el tiempo era llegado en que hacerse convenía el rescate de la esposa, que en duro yugo servía debajo de aquella ley que Moisés dado le había, el Padre con amor tierno de esta manera decía:
(El Padre) Ya ves, Hijo, que a tu esposa a tu imagen hecho había, y en lo que a ti se parece contigo bien convenía; pero difiere en la carne que en tu simple ser no había. En los amores perfectos esta ley se requería: que se haga semejante el amante a quien quería; que la mayor semejanza más deleite contenía; El cual, sin duda, en tu esposa grandemente crecería si te viere semejante en la carne que tenía.
(El Hijo) Mi voluntad es la tuya justicia y sabiduría, y la gloria que yo tengo es tu voluntad ser mía. Iré a buscar a mi esposa, y sobre mí tomaría sus fatigas y trabajos, en que tanto padecía; y porque ella vida tenga, yo por ella moriría, y sacándola del lago a ti te la volvería.
(Narrador: coro) Entonces llamó a un arcángel que san Gabriel se decía, y enviólo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía; en la cual la Trinidad de carne al Verbo vestía; y, aunque tres hacen la obra, en el uno se hacía; y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María.
Y el que tenia solo Padre, ya también Madre tenía, aunque no como cualquiera que de varón concebía, que de las entrañas de ella él su carne recibía; por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía.